domingo, febrero 03, 2008

El ascensor

El ascensor

1 comentario:

Anónimo dijo...

Botella de Mar/ Félix Gutiérrez

La Gullifilia

El glosario erótico de la sociedad moderna es prolífico. A veces me impresiona que los fetiches o fantasías eróticas más exóticas hayan sido identificados y estudiados por la ciencia.

Para corroborar esto se puede ojear un glosario erótico o diccionario de sexología. Allí se consiguen las más extrañas fantasías sexuales, incluyendo las que rayan en las más raras patologías, como la micofilia: la excitación sexual que se consigue al frotar insectos o animales pequeños sobre los genitales: hormigas, caracoles o gusanos.

La autonepiofilia: el estímulo sexual que radica en utilizar pañales y ser tratado como un bebé; el balloning: placer sexual que se obtiene al ver mujeres inflando globos o la hipnofilia: la excitación que provoca contemplar personas dormidas.

A pesar de lo prolífico de estos fetiches eróticos, fantasías sexuales y parafilias hay algunos que, en lo personal, destacó :la atracción sexual por las mujeres muy altas.

Quizás este fetiche puede identificarse como la acrofilia: la atracción por las alturas. Es posible. No obstante, creo que el asunto va más allá. La mía es una atracción por féminas grandes. Es decir, mujeres grandotas en todos los sentidos.

Mujeres que tienen todo grande y largo. Los dedos, las piernas, los brazos, el cuello. Esos cuerpos que uno recorre con los dedos toda una noche y da la impresión que no tienen final, como las sabanas o los mares.

Recuerdo que desde pequeño me atraían las niñas de la misma edad mía que eran más altas que yo. En realidad eso no es ninguna novedad. Las mujeres son más desarrolladas que los varones a esa edad. Bueno, en honor a la verdad, las mujeres son más desarrolladas que los hombres a cualquier edad.

En todo caso quiero decir que en la medida que me hice adolescente esa atracción por las mujeres grandotas se consolidó como uno de mis más recurrentes fetiches eróticos.

En esa época me encantaba ir a los juegos de baloncesto femenino. Me ponía a millón observar jugar a esas mujeres grandotas. Negras, rubias o trigueñas. Importadas o criollas. Era una delicia ver a esas mujeres jugar y encestar con esas pelotas anaranjadas con rayitas negras.

Recuerdo que en una ocasión soñé que era del tamaño de una hormiga y estaba sobre el cuerpo desnudo de una mujer dormida. En el delicioso sueño recorría el cuerpo de la inmensa mujer de punta a punta.

Desde el dedo pulgar de uno de sus pies hasta el enorme lóbulo de una de sus orejas, sin dejar de deslizarme en sus pantorrillas, visitar sus muslos y alojarme en su pubis frondoso. En el sueño también disfruté de su gran ombligo, sus senos, sus pezones, sus labios y sus pobladas cejas.

A veces envidio a los enanos. Ellos tienen la ventaja de poder contemplar grandotas a todas las mujeres. Ni hablar de la posibilidad de recorrerlas palmo a palmo. Quizás por esa razón me gusta tanto la versión porno de Blanca Nieves y los 7 Enanitos.

Leyendo esa gran cantidad de parafilias, fantasías sexuales y fetiches eróticos que existen, pienso que esa atracción que tengo por las mujeres grandotas podría llamarse Gullifilia, en honor al famoso cuento Los Viajes de Guilliver de Jonathan Swift.

Cada vez que me encuentro con una de esas hermosas mujeres grandotas que andan por la vida suspiro. Me encanta observar parejas en la que sobresale la estatura de la mujer sobre la del hombre.

Quizás por eso me siento tan a gusto caminar al lado de Andreína. Sobre todo cuando anda en tacones altos. Me siento que camino al lado de una supermujer en todos los sentidos. En ese y muchos otros momentos con Andreína me digo una y otra vez: ¡Que viva la Gullifilia!

Botella de Mar/ Félix Gutiérrez / feligut_@hotmail.com

(Publicado el 11 de abril de 2008 en semanario TINTA LIBRE, que circula todos los viernes en el centro-occidente venezolano)